Pues es verdad. Por muy largo y duro que sea el día, éste acaba. Los que menos me gustan son los que se encadenan unos a otros y parece que no tienen fin.Alguien me comentó que si te pones una mano muy cerca de la cara, de los ojos, no puedes ver bien. Haz la prueba. Lo ves todo borroso. Basta con poner esa mano un poco más atrás y empiezas a ver con más claridad. Ya no está todo tan enmarañado, ya no es tan asfixiante, puedes observar los detalles, empiezas a tener perspectiva y todo se va colocando en su sitio. ¿Qué fácil, no? ¿ Y por qué no se me ocurre mover esa mano? Será que estoy tan metida en ese mundo que no veo más allá. Neblina mental y física.
Tanto cambio, tanta resistencia, tanto estrés y tu cuerpo te dice ¡Basta! No quiere moverse, te duelen hasta las pestañas, la tristeza, desengaños, cansancio crónico, fatiga, contratiempos, frustraciones, rabia, impotencia, aletean con fuerza y salen a la superficie. Y sigues confiando en que todo mejorará y actúas. Brazadas pequeñas para salir del agua. Viene una ola y te arrastra y te da mil vueltas. Y el bañador no sabes ni dónde ha ido. Te cuesta respirar, no sabes dónde está la superficie y te entra el pánico. No quieres hundirte en las profundidades del mar. ¡Que alguien me saque como un pollo mojado! ¡Ay, que no sé nadar!
Pero aquí no me quedo, que no, hoy no. Un último intento antes de que me fallen las fuerzas completamente.
La boca me sabe a sal y arena y me quedo tumbada en la orilla de la playa. Sin fuerzas, escuchando el rumor de las olas, sintiendo el agua que acaricia mi cuerpo y el sol que calienta mi cara. Estoy cansada, muy cansada. Y feliz. He vuelto a ganar la batalla. Me dejo llevar por el sopor. Descanso. Oigo voces pero no sé si están cerca o lejos. No puedo más, estoy agotada.
Me empieza a entrar frío. Ya el sol no calienta, anochece. Mi cerebro se activa. No puedo quedarme tumbada en la orilla. Arriba, pili, muévete, haz por levantarte. Sí, estás agotada, lo sé. No importa.
Brillan las estrellas. Me voy a casa.