lunes, 31 de mayo de 2010

NO SOY UNA MOSCA

Me caí de un árbol y antes de llegar al suelo una suave brisa me llevó volando. Me entró risa porque me hizo cosquillas.
Era una sensación agradable, dejarse mecer por el viento. Me relajé y disfruté del viaje. Miles de colores se acercaban hacia mi, rosa, amarillo, lila, verde, marrón, azul . Me entretuve mirando una nube pensando qué forma tenía.
De repente acabó el viaje. Miré para ver dónde me encontraba pero no reconocí el sitio.
¿Quién habría construido algo así? Se necesita mucha paciencia para crear algo tan bonito, parece una joya, casi invisible si no fuera por las gotas de rocío.
Miro a todos lados. Curiosa. Está bien descansar un rato, tanto girar y girar con el viento me tenía un poco mareada. Disfruto de la calma, pero no sé
por qué empiezo a sentir miedo.
Intento moverme, pero no puedo, mientras más me muevo, más me pego a estos filamentos. Siento la brisa del viento pero no me puedo ir con ella.
Algo se acerca hacia mí. Estoy hechizada. Empieza a envolverme con un hilo plateado, quizás me esté tejiendo un abrigo para resguardarme de la lluvia. Intento hablar con ella, pero no me hace caso. Sigo hablándole, contándole mi viaje y le pido ayuda para soltarme, pero creo que no me entiende. No hablamos el mismo idioma.
El abrigo empieza a asfixiarme, ya no me gusta tanto, se estaba bien al principio, me hacía sentir especial, pero ahora ya no siento el viento, ya casi no me muevo y poco a poco desaparece el azul del cielo. La araña cree que soy para ella y por eso me envuelve con esta seda pegajosa y me guarda para más tarde, como un trofeo, para saborearlo sin que nadie se lo pueda arrebatar, y no se da cuenta de que no soy comida para ella, no le sirvo. Cuando lo descubra se decepcionará y enfadará y cortará con sus dientes el fino hilo que me sostiene a su red y caeré al vacío o se irá y me dejará olvidada en el tiempo.

sábado, 8 de mayo de 2010

Estoy cansada de estar cansada

Estoy cansada de estar cansada
Parece que hay una lista interminable de cosas por hacer.
¿Por dónde debería comenzar? Mientras pienso en ello, todo lo que me gustaría hacer es volver al sillón para acostarme. ¿Por qué me siento así? Es como si hubiera un enemigo dentro de mí y siempre perdiera la batalla, uno de los muchos disfraces tras los que se esconde la FATIGA CRÓNICA.
Tareas tan “normales” como levantarme de la cama, a cuestas con la rigidez matutina de mis músculos (lo sé, me acabo de levantar y tendría que sentirme mejor, pues no), preparar el desayuno o recogerme el pelo con una coleta me dejan tan cansada, que después de ducharme me tengo que tender un rato y levantarme de nuevo para volver a la vida diaria. ¿Atarme cordones ?, ¿abotonarme camisas? Para qué, si hay unas sandalias con velcro estupendas y camisetas que salen planchaditas de la secadora.
¿Y esos seis o siete peldaños que tengo que subir o bajar para llegar al garaje? Soy una de esas mujeres anónimas que han culminado la subida a todas las montañas más altas del planeta, al menos a mi me lo parece.
Cada cosa que hago va bajando el nivel de energía que tengo y la fatiga aumenta por arte de magia. Eso sin contar con el dolor generalizado, la impotencia por no poder hacer las cosas, la incomprensión tan destructiva de los que no ven mi enfermedad, porque es “invisible”, el deseo y la frustración, la negación y la aceptación, y seguir intentando hacer un poquito más hasta que realmente estoy agotada y me duele todo el cuerpo y los calmantes no me alivian y lloro de desesperación y de tristeza.
No quiero que mis hijas me vean así, tumbada en el sofá sin poder moverme, disimulando las lágrimas cuando puedo, sintiendo que el cuerpo en el que vivo no me responde. Yo estoy dentro, atrapada, derrotada. Hay enfermedades peores, ya lo sé, pero eso no me ayuda en los momentos de crisis agudas.
Tengo que aprender a parar cuando aún estoy a tiempo de recuperarme. Dicen que el descanso es la solución más evidente para lidiar con la fatiga, una siestita corta, por ejemplo, un período de descanso que le da a mi cuerpo una oportunidad para recuperar el control. Claro que hay días en que necesito más siestitas que otros, porque esa mañana o el día anterior me he pasado y parece que estoy todo el día durmiendo (es una frase que también oigo mucho) y que me voy a levantar de esa siestita como una reina, y la verdad es que no, que sigo con dolores, cansada, pero un poco renovada para seguir el día a día, hora a hora, minuto a minuto.
“Tienes que hacer ejercicio”, lo oigo todo el tiempo, y ¿cómo lo hago si cada paso que doy es un mundo? Pues tengo que darlos, uno detrás de otro. Planear las actividades, limitar las mismas, priorizar y saber que en cualquier momento la máquina se para y ya está.
¡Qué bien me hace una frase de aliento, un chiste de esos malos con los que tanto me río, una llamada de teléfono, un masajito suavecito, un besito de mis hijas y mis sobrinos, el ofrecerme una infusión para que deje de llorar, ver cómo juegan a la Wii o a la Play mientras sigo tumbada, cantar una canción en el karaoke aunque no sostenga el micro, ver una película entretenida, escuchar las historias del día….!
Gracias a todos los que me miman y me dan ánimos y dejan que llore mientras intentan sacarme una sonrisa, sin ellos, yo no estaría aquí.