Tengo ganas de llorar.
Siento que se me parte el corazón en trocitos, muy finos y afilados.
Esos trocitos van a salir.
Sabía que costaría. Mi cuerpo se rebela.
Es como si alguien estuviera comiéndose una naranja. La pela lentamente, hundiendo el cuchillo, le quita la piel y el aroma se expande. Ahora va separando la naranja gajo a gajo y se la come. Ni la saborea, es como una rutina. Sólo comer una naranja mientras se hace otra cosa. No sabe que es una naranja especial, jugosa, que ha estado creciendo lentamente en un árbol al sol, luchando por sobrevivir, rodeada de otras naranjas.
Ahora está sola. El cuchillo se hunde y le arranca otro gajo.
Será que el corazón no es rojo, mi sangre se ha convertido en diminutas gotas naranjas.
Hay que dejar pasar, hay que dejar ir: una frase que te ha herido, comentarios malintencionados, sentimientos de frustración, de rabia, de culpa, de decepción, de sentir que te ignoran,amores no correspondidos, amores perdidos, soledad, promesas que no se cumplieron, miedos, impotencia, desilusiones, amistades que se comportan de forma diferente a lo que esperabas, deseos no cumplidos, llanto, dolor, incomprensión, cansancio infinito.
Hay cosas que no puedo cambiar. Las personas no cambian porque uno quiera, sino cuando ellas lo deciden. Y aún así, es difícil.
Con qué facilidad nos desprendemos de algunos recuerdos y qué difícil hacemos la partida de otros. Soy la naranja y el cuchillo. Recupero el control. Con cada gajo dejo ir esos recuerdos. Es un desgarro profundo que duele. Así que soporto el dolor, sé que pasará.
Todo pasa. Es lo mejor que puedo hacer por mi. Soy valiente y puedo hacerlo. Miro el hueco que se ha quedado y lo expongo al sol, a la risa, a la música, a la alegría, a la esperanza.